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O lustre


La araña implume. Sentía como pulpo, es decir arribaba, desde allá lanzaba emanaciones indecentes. La voz callaba, calaba en lo profundo, calaba en lo estéril, en el pensamiento, algo aún por venir se adivinaba. La araña estéril, vidriada, se vengaba desde el olvido. Se vengaba de un olvido aún por venir, quiero decir. Abandonar el sombrero es la muerte. Algo como un sueño con palpitaciones de hormiga. Pobreza. Pobreza bella y atroz, nada más. La palabra se arrastraba, una pulsación silenciosa de raíces. Algo tenía que callar para que la vida fuera posible. El amor.
Bella incapacidad para el amor. No se quiere el sufrimiento. Se quiere la expectación, mirar con todo el cuerpo y luego morirse. Si el río corría era porque sombreros traía. La piedra es un sombrero, la piedra también puede ser incrustada de raíz en el pecho. Horrible palpitación pétrea. La araña te escupe. Te deja bizca. El amor también te ha dejado estúpida. La voz estridente, demasiado joven, demasiado vieja. La voz resopla, susurra palabras húmedas, las caderas se ensanchan, creas el amor. Creas la importancia de llamarte nadie. Te ridiculizas, hablas. Locuaz, loca, loca, loca!. La araña te olvida en medio de la calle y caes. Caes como si nada hubiese caído nunca. Tu amor te olvida. La calle fúnebre. Las ruedas giran metálicas y un sabor a llaves tuerce tu lengua. Siempre hay un hombrecito en escena. Siempre hay un hombrecito padeciendo de piedad. Su piedad se extiende hasta ti, viscosa, sin vacilación. Alguien ha ofrecido su cabeza para la decapitación. La princesa. La araña se pliega, ha echado las cartas sonando a pluma y no ha tenido piedad. La araña ha poseído también a tu amor. Te ha mirado. Ha sido hermoso verte morir. Tú también lo has sentido, loca, lo has visto venir y has ofrecido el cuerpo. Has ofrecido el cuerpo con un amor monstruoso, anterior, anterior al mismo amor. La incapacidad de llegar hasta el pensamiento. La princesa tenía los dientes más blancos que los tuyos. Su rostro era un encantador de serpientes. Era imposible no saberla hermosa. Era imposible no amarla como es imposible no amar la muerte. Sin embargo, qué horrible era.

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